domingo, diciembre 17, 2006

EL MATRIMONIO DE LOS ARNOLFINI



Nos encontramos ante una obra clave de un autor que lideró en su tiempo la vanguardia de la pintura en su país. Jan Van Eyck es, junto con su hermano Humbert, una de las figuras que lideran el movimiento pictórico que hoy conocemos por “primitivos flamencos”.

Surgidos en el Flandes del siglo XV aparecen como un grupo innovador que introduce nuevos temas y valores en la pintura. La sociedad flamenca de ese tiempo se encuentra sumida en un proceso de industrialización desconocido en el resto de Europa. La industria del tejido de la lana, importada de Inglaterra, transformada en costosísimos paños comercializados por todo el mundo, ha generado una clase social de burgueses enriquecidos por el proceso que requiere un arte específico diferenciado del arte religioso imperante en el resto del mundo entonces conocido. Los ricos mercaderes de los Países Bajos reclaman retratos con los que exaltar su vanidad y elementos decorativos para embellecer sus nuevos palacios. Para ello aprovechan lo mejor de la tradición local: el gusto por el paisaje y la naturaleza muerta, los temas relacionados con la vida sencilla y el naturalismo germánico encuentran en esta demanda artística un caldo de cultivo ideal para su desarrollo. Por otro lado, la introducción de la pintura al óleo sobre tabla proporciona de los artistas flamencos una herramienta propicia para expresar plenamente estos temas y poner de manifiesto el nuevo espíritu innovador.

La obra de la semana es un ejemplo paradigmático de este momento artístico. Se trata de un óleo sobre tabla de unos 80*60 centímetros aproximadamente. La escena representada es un momento de la ceremonia de enlace entre el rico comerciante italiano Arnolfini y su joven esposa, de ascendencia italiana también. El cuadro es concebido como una especie de acta pública de matrimonio de la que el propio pintor da fe como testigo (firmando la obra en el muro del fondo entre el espejo y la lámpara y añadiendo la frase JOHANES VAN EYCH FUIT HIC).

Las formas son delimitadas por el contraste de colores y luces, la línea ha desaparecido como elemento imprescindible para la separación de volúmenes. El dibujo es enérgico y firme.

Predominan los colores cálidos de modo que el vestido verde la novia resalta especialmente. El conjunto está cuajado de realismo y los volúmenes están perfectamente modelados por suaves degradaciones.

Las luces y las sombras se intercalan para dar una sensación de profundidad agudizada por las líneas de fuga de la ventana y de los elementos arquitectónicos con los que se introduce la perspectiva en una línea parecida a la descrita por los trabajos de Bruneleschi en Italia.

Las figuras principales se disponen una al lado de la otra como impone la situación retratada que sugiere la celebración de una ceremonia matrimonial. En toda la escena abundan otras figuras secundarias cargadas de simbolismo: el perro simboliza la fidelidad y el amor matrimonial, los zapatos podrían simbolizar la santidad de matrimonio, la fruta que hay junto a la ventana significa la fertilidad o el pecado original.

La minuciosidad del trabajo de Van Eyck se pone de manifiesto, no sólo en el naturalismo de los retratos de los contrayentes o en el detallismo puesto en la representación de todos los elementos del cuadro, sino que encuentra su máxima expresión en el laborioso trabajo realizado en el espejo del fondo de la escena que, pese a sus reducidas dimensiones contiene, perfectamente identificables, la representación de diez escenas de la vida de Cristo y una vista de la escena retratada desde la cual podemos observar a los Arnolfini y al propio pintor junto con un invitado de la boda.

sábado, diciembre 02, 2006

SEMANA DEL 20 AL 24 DE NOVIEMBRE



La obra de esta semana es un fresco. La técnica del fresco consiste en pintar sobre la pared recién enlucida con una mezcla de arena y cal mientras aún está húmeda. Los pigmentos están diluidos en cal también, de forma que calan profundamente en el muro ganando en resistencia. El inconveniente de esta técnica es que los colores se expanden de un modo que es difícil de controlar, con lo que no se puede precisar demasiado en los detalles.

El dibujo está lleno de fuerza y sencillez. Una gruesa línea negra delimita las esquemáticas formas y la simplicidad de los volúmenes transmite una energía pura, casi infantil, cargada de cándida espiritualidad.

Los colores son planos y fundamentales. Se usan azules intensos en contraste con rojos y amarillos puros y el autor no muestra en ningún momento intención de degradar las luces para intentar, mediante moduladas sobras, recrear la sensación de volumen.

La luz resultante es difusa, omnipresente, que invade cada espacio y anula toda posibilidad de sombra.

Tanto por los motivos señalados, como por la ausencia de puntos de referencia y por la misma configuración del grupo de personajes resultante, la obra carece de perspectiva y de profundidad. Las figuras fuertemente iluminadas y la ausencia de líneas o elementos paisajísticos que sugieran un fondo nos sumergen en un mundo en dos dimensiones que no se avergüenza de su condición bidimensional. Por otra parte, la utilización de un ábside y de la semicúpula que lo corona como base para la elaboración de este trabajo y la hábil resolución de los problemas ópticos que suponen las formas del soporte suponen una destreza insospechada en el artista.

La composición, de cierto influjo bizantino, es tan sencilla como cabe esperar en una obra de esta época y estilo. Los personajes, la virgen con el niño y los tres reyes magos, se yuxtaponen en el muro en un mismo plano. La diferencia de tamaño entre María y los magos no obedece a criterio de perspectiva alguno, sino a la intención de resaltar a la madre de Jesús sin consideración al naturalismo que rechazaría tal desproporción.

La obra que nos ocupa es, pues, por las características señaladas, un fresco románico del siglo XI o principios del XII. En concreto, podemos afirmar que se trata del ábside de Santa María de Tahull, en Cataluña.

CONTEXTO HISTÓRICO.

El miedo al milenio y al fin del mundo que éste traería, ha forjado en las mentes de los cristianos de todo occidente una retorcida visión de la existencia y de la divinidad. En agradecimiento a Dios por su misericordioso perdón de última hora que nos salva in extremis del fin del mundo, los cristianos se embarcan en una precipitada carrera de piedad y de muestra de sumisión a la voluntad divina. Esta devoción se pone de manifiesto en la fiebre edilicia que los lleva a invertir todos sus esfuerzos contractivos en la elevación de templos sombríos, achaparrados y sólidos, verdaderos Castillo de Dios. El arte plenamente medieval de los siglos XI y XII alcanza su máximo esplendor en el Románico. La figura filosófica de San Agustín proyecta su alargada sombra sobre el arte de principios del segundo milenio. Su exaltación del alma y el desprecio por lo material ha calado profundamente en la sociedad y lleva a los artista de ese tiempo a rechazar el naturalismo y abrazar un estilo figurativo expresionista y proclive a la abstracción que raya en lo pueril por su ingenuidad.